
Aquel lunes 11 de mayo Málaga amaneció soleada, con el cielo limpio y una temperatura primaveral, en torno a los 17º, subiendo a medida que avanzaba el día hasta los 23º. Los privilegios de esta tierra… Nada podía hacer presagiar la oscuridad que se cernía sobre la ciudad cuando, al caer la tarde, las ediciones vespertinas de los diarios locales informaron sobre los graves sucesos acaecidos en Madrid en la jornada del domingo y durante la mañana de aquel día. Aquellos disturbios desembocaron en los incendios intencionados de numerosos edificios religiosos, en su mayor parte de carácter monástico y, sobre todo, los relacionados o regentados por la Compañía de Jesús. Según se puede deducir de las palabras del escritor madrileño Julio Caro Baroja, testigo presencial de algunos hechos, los grupos de asaltantes actuaron “rápidos y organizados”. Sin embargo y pese a las advertencias recibidas, las autoridades civiles del Gobierno Provisional de la República no actuaron y la inacción permitió la destrucción. Hasta entrada la tarde del martes 12 no se declaró el estado de guerra con el consiguiente despliegue de las tropas militares, cesando así la algarada destructora.
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