
Una de las historias más desconocidas en la azarosa y centenaria vida de las hermandades y cofradías malagueñas fue protagonizada por la primitiva titular de la hermandad del Traspaso y Soledad de Viñeros. En torno a la Semana Santa de 1923, la bella Dolorosa venerada en la desaparecida iglesia de la Merced fue objeto de deseo por parte de la vecina Archicofradía de Nuestro Padre Jesús de la Sangre y, más concretamente, por su hermano mayor, el distinguido constructor Antonio Baena Gómez, a la sazón, presidente de la Agrupación de Cofradías, quien se propuso incorporarla como titular de su hermandad. Pero, antes de profundizar en aquella llamativa historia, recordemos someramente la de la propia imagen y la de su cofradía.


Nos situamos en el año de 1615 en el Real Convento de Nuestra Señora de la Merced, donde acaeció la institución de la hermandad de Jesús Nazareno de Viñeros (1). Años después, en 1663, tuvo lugar una escisión en la fraternidad motivada -probablemente- por disidencias y conflictos entre los hermanos (2). Como consecuencia de este hecho y en el mismo cenobio, fue creada la hermandad de Nuestra Señora del Traspaso y Soledad de Viñeros, que habría de dedicar su actividad casi exclusivamente al culto interno y el enterramiento de sus hermanos. En 1698 la corporación adquirió un espacio a la hermandad de San Juan de Letrán en la primitiva iglesia conventual para labrar su propia capilla (3). Durante el siglo XVIII la fraternidad continuó desarrollando su vida a la sombra de la hermandad gremial, la cual contaba con un estatus privilegiado no ya sólo en el cenobio mercedario, sino en la ciudad, siendo una de las cofradías de mayor renombre de la época y cuyo Nazareno gozaba, además, de una arraigada devoción popular, considerándose uno de los más milagrosos de Málaga. Dicho de otro modo, la hermandad del Traspaso y Soledad de Viñeros se vio relegada, dada su escasa preponderancia, a un carácter meramente cultual (y funerario), al verse imposibilitada de poder competir con la del Nazareno, debido, en parte, a las condiciones de resentimiento que originaron su fundación (4).



En 1793 fue bendecida la nueva iglesia de la Merced, concluyéndose la construcción de la capilla de la Virgen en 1798. Ésta se hallaba situada en el lado del Evangelio, junto a la puerta lateral que daba a la calle de San Juan de Letrán y anexa a la del Cristo de la Columna (5). No cabe duda de que los diversos avatares sufridos por la ciudad durante el siglo XIX, con la ocupación francesa y las medidas desamortizadoras de Mendizábal de 1835, con la subsiguiente exclaustración del convento de la Merced, debió repercutir en la vida de la corporación que, como otras muchas, entró en un periodo de postración. La iglesia mercedaria pasó a ser parroquia y el otrora recinto conventual fue reconvertido en cuartel. No obstante, respecto a la actividad corporativa, la finalidad principal de dar culto a la imagen titular siguió efectuándose con cierta normalidad, celebrándose el septenario los días previos a la Semana Santa que finalizaba con la función de estatuto el Viernes de Dolores con misa cantada, sermón y música vocal e instrumental, erigiéndose un altar al efecto fuera de su capilla, normalmente en el presbiterio del templo (6). Para la celebración de estos cultos la cofradía no escatimaba en esfuerzos y gastos, recogiendo en sus estatutos el número de velas que habrían de iluminar a la Dolorosa en su efímero altar, además de presentarla «con las vestiduras, alhajas y adornos más decentes y propios» para ello. El Jueves y Viernes Santo la imagen era vestida de negro y colocada en un altar fuera de su camarín pero en la capilla. Por otra parte, los estatutos aprobados en 1865 hablaban de la posibilidad de que la Virgen fuese procesionada el Jueves o Viernes Santo, si bien no se conocen noticias acerca de que dicha actividad procesional llegase a producirse durante el siglo XIX (7). En cuanto a las exequias y enterramiento de los hermanos, la cofradía contaba con un panteón y cuarenta y cuatro nichos en el cementerio de San Miguel, una vez fueron prohibidas las inhumaciones en las iglesias.



Por la información gráfica que ha llegado a nuestros días, conocemos los rasgos de la imagen así como de algunos enseres y buena parte del ajuar que la hermandad del Traspaso y Soledad de Viñeros poseía. La más antigua es la carta de hermandad de A. Ramírez realizada en el taller de Francisco Mitjana en 1866, donde la efigie mariana aparecía sobre una airosa peana o trono de carrete en madera dorada y custodiada por dos parejas de querubines lacrimosos portadores de los instrumentos de la Pasión. La Dolorosa se mostraba de cuerpo entero y de forma muy fidedigna a las fotografías conocidas, con vestido negro bordado y manto liso, puñal en el pecho, las manos entrelazadas con un rosario pendiendo de las muñecas y el rostro enmarcado por unas blondas de encaje. La cabeza de la Virgen lucía cabellera de pelo natural con tirabuzones y estaba tocada por un nimbo de plata con rayos rematados por estrellas. Ciertamente y como hemos visto, este ajuar fue fielmente retratado por el grabador. Ciertamente, las estampas devocionales y las no demasiadas fotografías conocidas de la sagrada imagen corroboran esta impronta y la existencia de todas estas piezas artísticas. No podemos obviar que, aun no perteneciendo al catálogo de dolorosas procesionales, quedando por ello privada de la consiguiente notoriedad y popularidad, la Virgen del Traspaso y Soledad de Viñeros era considerada una de las más valiosas del patrimonio religioso local; tal vez, en el mismo escalafón que otros simulacros marianos de idénticas características (culto interno), como la Virgen de las Lágrimas de la iglesia de los Mártires o la Virgen de Belén de la iglesia de Santo Domingo. En lo relativo a la propia escultura, se trataba de una imagen de vestir de estirpe malagueña, relacionada con el círculo de Pedro de Mena o de algún artista local continuador de su plástica. Su datación podría encuadrarse en torno a los últimos años del siglo XVII y el primer cuarto del XVIII. La figura se mostraba erguida, con las manos entrelazadas sobre el pecho en actitud de oración, concentrando toda la intensidad emocional en su hermoso rostro ovalado y doliente, surcado por cinco lágrimas, presentando la cabeza girada hacia abajo y al lado izquierdo, clavando los ojos rasgados en el suelo. Característico de su afilada faz eran su nariz aguileña, su boca semiabierta y sus finas cejas arqueadas, acentuando la expresión de dolor y tristeza. Poseía cabellera tallada o tal vez añadida, como fue común en otras dolorosas malagueñas, aunque existen fotografías donde aparecía con cabellera natural de tirabuzones. Solía lucir un airoso nimbo de plata orlado de nubes y rematado por rayos y estrellas, en cuyo centro figuraba un corazón llameante sobre el anagrama de María. En otras ocasiones, la Virgen llevaba una serie de halos de distinta morfología. Concretamente, uno con estrellas de luz eléctrica, otro metálico y otro más que parece labrado, que es el que podemos identificar con el que luce en esta excepcional e inédita fotografía que aquí damos a conocer, tanto tratada digitalmente a color como en blanco y negro. Por último, su iconografía se completaba con el puñal atravesando el pecho y un rosario entre las manos.


De esta guisa la admiraba Antonio Baena en su capilla de la iglesia de la Merced cuando la visitaba para orar ante su Cristo de la Sangre, o para atender los asuntos cotidianos que requerían su cargo de hermano mayor. Y es que, recordemos que el recordado cofrade, una vez accede a presidir la archicofradía de la Sangre en 1920, toma la decisión de acometer una serie de reformas con el propósito de engrandecerla y llevarla a altas cotas de esplendor, objetivo que, sin duda, fue alcanzando de manera paulatina y rutilante hasta resultar abruptamente interrumpido como consecuencia de los sucesos de 1931.

En 1923, hace justo un siglo, una de las ideas que proyectaba Baena era la de poder contar con una imagen de la Virgen que fuese titular de la hermandad, la cual habría de figurar en el paso del Crucificado, único que procesionaba por entonces. Desde 1858 se venía rindiendo culto a una dolorosa obra de Antonio Gutiérrez de León que la había donado a la corporación. Ésta figuraba a los pies del Cristo de la Sangre junto a un San Juan y la Magdalena del propio escultor, conformando la escena del Calvario, siendo la misma que procesionó los primeros años tras la reorganización de 1919. Cuando en 1922 Antonio Baena acomete la reforma del paso incorporando la figura de Longinos a caballo y su auriga, representado así el episodio de la Lanzada, la Dolorosa decimonónica fue adaptada como María de Cleofás. En su lugar figuró una enigmática y bella imagen mariana de la que no se ha tenido mayor información que la que conocemos a través de las fotografías. Empero, una vez celebrada la Semana Santa de 1923, reunidos los cofrades de la Sangre en un banquete ofrecido a su hermano mayor, Antonio Baena, éste tomó la palabra para agradecer el esfuerzo de los hermanos, añadiendo que quedaba mucho camino por recorrer:
» (…) trabajemos con ardor y entusiasmo para que la próxima Semana Santa, llevemos acompañando a nuestro Cristo (en) la representación del Paso de «La Sagrada Lanzada» a la Santísima Virgen de la Soledad y Traspaso, una de las más bellas esculturas que salieron de las divinas manos del inmortal Pedro de Mena (…)». (8)



Desconocemos si tan sorprendente comentario resultó inesperado para los asistentes o si, por el contrario, estaban al tanto de los deseos de su hermano mayor. Sí parece ser que, fue la primera vez que por información escrita se conociese el anhelo de Baena sobre el propósito de adquirir o incorporar una imagen de la Virgen, pese a contar con la Dolorosa de Gutiérrez de León. Por algún motivo que desconocemos, la referida efigie no estaba predestinada a ser la devoción mariana de la fraternidad. Como consecuencia de ello, la hermandad, primero la relegó al papel de figura secundaria y, más tarde, la suprimió definitivamente del paso, circunstancia que devino en providencial para que no resultara destruida en 1931, puesto que se encontraba custodiada en el oratorio privado del exhermano mayor, José Cabello Guirado. De cualquier forma, la encomienda de Antonio Baena se antojaba una empresa delicada y ardua de lograr, toda vez que, la Virgen del Traspaso y Soledad de Viñeros, era la imagen titular de una hermandad activa, aunque de culto exclusivamente interno. La fraternidad celebraba su tradicional septenario en los días finales de la cuaresma y la acostumbrada y solemne función en la festividad del Viernes de Dolores, además de una misa semanal ante el altar de la Virgen en la mañana de los viernes.


No obstante, es patente que existía una relación entre ambas corporaciones, como atestigua que, en algunas ocasiones, las imágenes compartiesen el altar mayor para la celebración de los cultos, posiblemente, la citada función del Viernes de Dolores. Para lamento del constructor, su deseo no llegó a cumplirse y en 1924 se estrenaban unas nuevas imágenes de la Virgen, San Juan, María de Salomé y la Magdalena, obra del escultor valenciano afincado en Sevilla, Francisco Marco Díaz-Pintado, autor de las figuras del romano a caballo y el sayón estrenadas en 1922. No obstante, hemos de reseñar que el empeño de Baena no se centraba exclusivamente en la incorporación de la Dolorosa de Viñeros al paso del Crucifijo, ya que proyectaba construirle un trono para que la efigie procesionara en él bajo palio. Al respecto, tras la Semana Santa de 1925 y durante la celebración del tradicional agasajo al hermano mayor, Antonio Baena volvió a referirse a la Virgen del Traspaso y Soledad en sus palabras de agradecimiento:
«No tengo hijos (…), tengo a mi madre, a la que dedico todos los amores de mi vida, tengo al Cristo de la Sangre que nos cobija y ampara, y tengo a Málaga (…). Porque aquí no hay hermano mayor ni menor, sino hermanos únicos, un bloque de hermanos por un fin general: el del esplendor sin límites que se merece nuestro Cristo de la Sangre (…). -Hace un canto a los amores de su vida, en el que sobresale el de su madre; dice que ansiaba llegase este momento íntimo para hacer ciertas manifestaciones, y ese momento ha llegado-. El paso de Nuestro Señor hay que incrementarlo con el paso de su Madre amantísima la Virgen de los Viñeros, y este paso, yo ahora, os prometo solemnemente que mediante Dios, irá con nuestro Cristo el año que viene. Mañana mismo le escribo a Vicente para que haga el trono. Yo, hermanos, no quiero morirme sin que vaya la Virgen nuestra, porque nuestra es, con su amado Hijo Nuestro Señor; y así, este lazo de unión que ahora tenemos, ha de quedar enormemente estrechado y más que nunca todos amorosamente unidos (…)». (9)

Sorprende la vehemencia y la rotundidad con la que Baena se refiere a la Virgen, refiriéndose a ella como «Virgen nuestra, porque nuestra es». Podríamos sospechar que había una intrahistoria de la que poco más sabemos, al margen del recuerdo de tiempos pretéritos en los que la Dolorosa procesionó agregada al cortejo de la Sangre o de la citada celebración de cultos con ambos titulares presidiendo el altar mayor de la iglesia de la Merced. Asimismo, hay otro aspecto importante en las palabras del hermano mayor, que hablaba de un «lazo de unión» existente entre las dos cofradías que habría de «quedar enormemente estrechado y más que nunca todos amorosamente unidos». Puede deducirse que, quizás, pensara en una unión de ambas fraternidades, logrando así la adhesión de la Dolorosa de los Viñeros a la hermandad de la Sangre de una forma menos traumática y menos drástica. Por otra lado, podemos conjeturar que la cofradía del Traspaso y Soledad se hubiese podido sentir seducida por la idea de fusionarse con la emergente archicofradía de la Sangre, con todo el esplendor y renombre que estaba alcanzando por entonces y con la ilustre historia que atesoraba, viendo así la oportunidad de incorporar a su preciada titular al concierto procesionista malagueño en una época de optimismo y resurgimiento del fenómeno cofradiero. Además, no podemos minusvalorar a la persona que andaba detrás de la idea en cuestión y del estatus social y económico del que gozaba, sin olvidar su cargo de presidente de la novel pero ya influyente Agrupación de Cofradías. Esta suposición o hipótesis, pese a haber podido tener alguna base, no llegó a materializarse. Así, una vez finalizada la Semana Santa de 1926 y sin haber podido cumplir su promesa de incorporar a la Virgen de los Viñeros al cortejo procesional de la Sangre, de nuevo, aprovechando el acostumbrado banquete, Baena volvió a insistir en su deseo y en la necesidad de incorporar una titular mariana a la archicofradía:
«Por el Cristo de la Sangre, por sus Cofradías todas, no digo una alfombra de flores, un dosel le pondría yo, le pondríamos todos juntos, que labor de todos es y no es mía cuanto hay de suntuosidad y resplandecendia en nuestras únicas procesiones, pero como dije el año pasado y en este mismo acto, nuestro Cristo necesita otro Paso: la Virgen, la Soledad que ha de acompañarlo en su camino de flores, ese camino que han sabido tender mis queridos cofrades, y ya que para sacar la de Viñeros se ha tropezado con insuperables dificultades, yo confirmo que hay que sacar una Virgen y para ello pongo a disposición de todos 10.000 pesetas que se irán incrementando desde una para arriba con el concurso de todos«. (10)
El discurso continuó, quedando recogido por el diario local El Cronista de la siguiente forma:
«Requiere a todos los hermanos del Cristo de la Sangre, para decirles que está en deuda con la Hermandad, y que cree llegado el momento de saldar esta deuda. Precisa, dice (Baena), que el año próximo salga en la procesión de la Sangre una Virgen, para lo cual hay que sacrificarse ya que no ha podido conseguir la Soledad de Viñeros, pues así como han introducido reformas la hermandad de la Cena y la de la Amargura, conviene que se haga cuanto sea necesario para obtener otra imagen (…) Después habló el Coronel de Carabineros, Sr. Romero, suscribiendo con 300 pesetas para la adquisición de la Virgen propuesta por Baena«. (11)

Con estas palabras Antonio Baena daba por zanjado su afán de incorporar a la imagen de Nuestra Señora del Traspaso y Soledad de Viñeros como titular de la archicofradía de la Sangre. A partir de entonces, cambió de rumbo y su objetivo pasó a ser la búsqueda de una imagen de la Virgen que colmara su profunda devoción marianista. Su empeño obtuvo sus frutos un año después con la adquisición de una dolorosa de medio cuerpo de origen dieciochesco, imagen procedente de un oratorio doméstico que acabaría convirtiéndose en la titular de la hermandad bajo la original advocación de Nuestra Señora de Consolación y Lágrimas, siendo bendecida en 1929. Lo que también podemos extraer de esta historia es el firme propósito del recordado hermano mayor de incorporar una talla de valía, antigüedad y categoría artística, ya que, de otro modo, le habría resultado más cómodo haber encargado una nueva efigie a Díaz-Pintado, con el que había trabajado en la ejecución del grupo escultórico o, incluso, haber procesionado bajo palio a la primitiva Dolorosa de Gutiérrez de León. De hecho, la desconocida imagen mariana que procesionó a los pies del Cristo entre 1922 y 1923 poseía las características deseadas por Baena, si bien, es probable que su préstamo quedase únicamente en eso, en una cesión temporal y circunstancial.


Finalmente, después de tres años de intenciones declaradas, de deseos y anhelos, así como de probables conversaciones para lograr a la Virgen de Viñeros, la Dolorosa permaneció como titular de su centenaria cofradía, conservando su culto interno y siendo honrada cada año en los últimos días cuaresmales en su tradicional septenario y la función dedicada el Viernes de Dolores (12). La notable imagen atribuida al círculo de Pedro de Mena, una de las más bellas de las que se custodiaron en los templos malagueños, pereció en la mañana del 12 de mayo de 1931 durante los lamentables acontecimientos que tuvieron lugar en la ciudad. Nos quedan estas estampas y la memoria de aquella Dama de la Merced.

Notas:
(1) Según Narciso Díaz de Escovar en su obra Décadas malagueñas, la institución de la hermandad de los Viñeros tuvo lugar el 19 de marzo de 1615, día en que se celebró su primera junta de gobierno, si bien, el erudito no aportó documentación alguna. Se desconoce si en su origen, la hermandad tuvo una finalidad gremial o pasionista.
(2) LLORDÉN SIMÓN, A., y SOUVIRON UTRERA, S.: Historia documental de las Cofradías y Hermandades de Pasión de la ciudad de Málaga. Ayuntamiento de Málaga, Málaga, 1969, p. 665.
(3) Ibidem, pp. 665-667. La iglesia antigua estuvo dedicada a San Juan de Letrán.
(4) SÁNCHEZ LÓPEZ, J. A.: Muerte y Cofradías de Pasión en la Málaga del siglo XVIII (La imagen procesional del Barroco y su proyección en las mentalidades). Diputación Provincial de Málaga, Málaga, 1990, p. 70.
(5) Estatutos de la Venerable Cofradía de Nuestra Señora del Traspaso y Soledad de Viñeros. Málaga, 1865.
(6) RODRÍGUEZ MARÍN, F. J.: Málaga Conventual. Estudio Histórico, Artístico y Urbanístico de los Conventos Malagueños. Publicaciones Obra Social y Cultural Cajasur y Editorial Arguval, Málaga, 2000, p. 221.
(7) Según Agustín Clavijo, la cofradía del Traspaso y Soledad de Viñeros llegó a procesionar en contadísimas ocasiones a lo largo de su historia y siempre agregada a la archicofradía de la Sangre.
(8) CABELLO DÍAZ, M. E. y CAMINO ROMERO, A.: Consolación y Lágrimas. 75 años de historia. Archicofradía de la Sangre, Málaga, 2004, p. 59.
(9) Ibidem, p. 67.
(10) Ibidem, p. 70.
(11) Ibidem, p. 71. El Cronista, Málaga, 20-4-1926.
(12) La Unión Mercantil. Málaga, 1-4-1927.
Abadía del Císter Antonio Asensio de la Cerda Antonio del Castillo Asensio de la Cerda Cofradía de la Esperanza Cofradía de los Gitanos Cristo de la Buena Muerte Cristo de la Columna Cristo del Gran Amor y Esperanza Dulce Nombre de Jesús Nazareno del Paso Fernando Ortiz Francisco de Paula Gómez Valdivieso Hermanas Antúnez Hermandad de la O Hermandad de la Soledad de San Pablo Hermandad de los Gitanos (Sevilla) Iglesia de la Merced Iglesia de los Santos Mártires Iglesia de San Román Iglesia de Santa Ana (Císter) Iglesia de Santo Domingo Jesús de la Salud Jesús del Despedimiento Jesús Nazareno (La O) Jesús Orando en el Huerto Juan Manuel Rodríguez Ojeda La Unión Ilustrada La Unión Mercantil Luis Álvarez Duarte Montes de Oca Pasión oculta Pedro de Mena Pedro Fernández de Mora Pedro Roldán Quema de Conventos Quema de Iglesias (1936) Semana Santa Semana Santa de 1922 Virgen de Belén Virgen de la Concepción Virgen de las Lágrimas Virgen de la Soledad (colección privada) Virgen de la Soledad (San Pablo) Virgen de las Penas (Málaga) Virgen Dolorosa (Císter)
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Preciosa talla de notable calidad artística. Lástima de su desaparición.
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